Friday, June 13, 2008

El orfanato de Lady Spanker (Parte 2)

A pesar de haber abusado con infinita crueldad de su indefenso chiquito, Lady Spanker seguía insatisfecha. Cuanto más lastimaba a sus protegidos, tanto más quedaban estos rendidos a sus pies, rogando servirla, obedecerla y complacerla, adorándola por sobre todas las cosas. Por lo tanto, la distancia entre la belleza, superioridad y elegancia de la exquisita Lady Spanker, y la pequeñez y debilidad de sus adoradores se ensanchaba cada vez más.

¿Y cómo podía permitirse que una Diosa semejante estuviera en compañía de seres tan insignificantes y minúsculos? La única forma de equilibrar las cosas era lastimando y torturando a estos seres, como justa compensación para la maravillosa mujer por no encontrar a nadie a su altura. Sólo que al terminar, Lady Spanker se encontraba cada vez más elevada e inalcanzable, y sus víctimas cada vez más hundidas en el Exquisito Dominio de su Reina, de modo tal que la distancia no se acortaba jamás, y sólo terminaba cuando lograba destruir a sus esclavos por completo, cosa no tan sencilla porque éstos se negaban a dejar de servir a su Ama.

El caso es que Lady Spanker miraba con hambre y cierta furia divina al huerfanito, conteniéndose para sencillamente no despedazarlo con sus tacos altos allí mismo. "No", se relamía apasionadamente la malvada Señora, "este chiquito es tan indefenso que TENGO que hacerlo sufrir como nunca he hecho sufrir a nadie... Dominar su alma y su cuerpo hasta que sienta dolor sencillamente si se lo ordeno... ¡No porque piense en dejar de pegarle o hundir mis tacos en su carnecita, sino para comprobar hasta dónde soy capaz de llegar!"

La idea de testear hasta dónde llegaba su Divino Poder, y de hacerlo con un ser tan indefenso, adoptado legalmente por ella para protegerlo, y sin embargo ejercer toda su crueldad en él la excitó terriblemente. "Existen muchas mujeres crueles en el mundo", pensó, "¿pero quién otra es capaz de dominar a un hombre para que le compre un orfanato, luego matarlo de placer, luego llevar a esos indefensos huerfanitos a su casa y esclavizarlos, torturarlos y destruirlos? Y además -pensó frívolamente, mientras se miraba por infinitésima vez al espejo en el día- dudo que a otra le queden tan bien estos guantes largos de cuero..."

Terriblemente excitada, echó otra mirada a su chiquito, una mirada que mezclaba lujuria, pasión y crueldad: lo más parecido al amor que podía sentir la inalcanzable Lady Spanker, aunque ayudó el hecho de que ser estuviera ajustando su nuevo par de guantes-regalo que sus protegidos habìan comprado con sus ahorros- por quienes sí sentía un sincero y tierno cariño...

Tal vez esta confusión entre el sentimiento que le despertaban sus exquisitos guantes de cuero y el chiquillo le dio a este último un par de horas más de vida. Sin embargo, se convirtieron en el primer instrumento de tortura al contemplar la fascinación con que el chiquito la miraba ajustarse los guantes. Decidió empezar por provocarlo descaradamente, diciendo con fingida ingenuidad "mmmmh, creo que me los puse mal... Voy a tener que ponérmelos de nuevo..."

Lady Spanker se quitó las joyas que adornaban sus manos y se las dio al niñito para que las sostuviera. Luego, muy lentamente, pasó a quitárselos, dedo por dedo, mientras su víctima la miraba con ojos de total adoración. Apoyó uno de los guantes en el hombro del muchachito, como si fuera un simple perchero, que se vio envuelto por el aroma intoxicante del cuero, y luego pasó a colocarse de nuevo el primero, con gran voluptuosidad, ajustando sus dedos felinos desde la muñeca. Luego se colocó el otro, echando cada tanto una mirada sexy y aristocrática al niño, no exenta de algo de desprecio...

Cuando tuvo ambos guantes puestos pasó a ajustárselos bien, intentando infructuosamente que no quedara ni un pliegue alrededor de la muñeca. Lady Spanker hacía mohínes de insatisfacción, como si no supiera que en estos sutiles plieguecitos el brillante cuero se reflejaba encantadoramente, hipnotizando aún más al pobre pequeño, y destruyendo despiadadamente su inocencia infantil... Por fin, Lady Spanker miró sus manos felinas y enguantadas y ordenó a su pequeño sirviente que le colocara las joyas; durante este proceso, el pequeño se sentía mareado, al tocar los dedos de su Reina mientras intentaba torpemente que cada anillo fuera en el dedo correspondiente. Por fin, la maravillosa mujer dio por terminada su tarea con una bofetada suave y despectiva.

Lady Spanker sonrió. El alma de su chiquito era completamente suya, y ahora sólo le quedaba pisotearla con sus afiladísimos tacos.

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