Sunday, June 30, 2013

El Tormento

Mientras me cogía montada sobre mí salvajemente, haciéndome sentir que mi pene estaba a punto de partirse en dos, devorándolo una y otra vez con su concha húmeda y caliente desde la punta hasta el extremo, Lady Spanker seguía manteniendo su divina altivez e indiferencia. Aunque dejaba notar el placer que le proporcionaba mi miembro a través de algunos ronroneos y fruncimientos de ceño, su mentón no descendía un centímetro y su  extravagante peinado no sufría el menor desorden. Su mano enguantada izquierda mantenía la boquilla en alto, en perfecto equilibrio, no permitiendo que un miligramo de ceniza cayera accidentalmente, y de vez en cuando la llevaba a los labios para aspirarla con voluptuosidad. De vez en cuando se retocaba el lápiz labial o se ajustaba los guantes para mantener su perfección absoluta, o me sacaba alguna foto con su celular, casi como si yo fuera un animalito que le llamara la atención.

Por supuesto, esta actitud inalcanzable sólo conseguía que yo me sintiera cada vez más enamorado y pendiente de sus deseos. Mi posición frente a ella había pasado de amante a mascota y luego a esclavo, pero ella sabía como hacerme descender aún más de status, no sólo mediante las vejaciones de las que me hacía parte, sino a su capacidad de ser cada vez más hermosa, más perfecta, distinguida y superior. Su divino pelo era cada vez más brillante y sedoso, sus senos cada vez más erguidos, su piel cada vez más suave, blanca y sin imperfecciones, exceptuando dos lunares, uno junto a su boca y otro en su seno derecho. Cada vez era más rica, en parte gracias al indiferente despojo que hacía de sus amantes-esclavos, que se desesperaban por complacer sus caros caprichos y estoy seguro de que cada vez añadía uno o dos milímetros a su altura imponente.


Y ella lo sabía; y sabiendo cómo se ahondaba la brecha entre ella y yo, cada vez se mostraba más inconforme, cruel, altiva e inalcanzable... lo que me volvía aún más loco por ella. Para mí era una Reina absoluta y omnipotente, la suma de todas las perfecciones, a quien yo le debía obediencia total, prisionero de la distancia entre ella y yo. Mi llanto, ruegos y humillaciones por su atención aumentaban día a día, al mismo tiempo que la crueldad con la que me trataba. "Mi chiquito", me explicaba, "la única forma de equilibrar la diferencia de clase entre los dos es mediante tu tortura y sufrimiento... De otro modo,  ¿cómo se justifica que un chiquito tan pobre e insignificante como tú conviva en el mismo mundo que una soberbia Reina como yo?". Y procedía a pisotearme con sus tacos altos, con las manos en la cintura, mientras reía, ni siquiera con crueldad, sino como una niña haciendo una travesura.


Hoy estoy más abajo del polvo y la tierra que pisa, y aunque me estire dolorosamente ni siquiera puedo tocar la punta de sus tacos. A pesar de ello, ella se las arregla para hacerme sentir su Divina Crueldad

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