Sunday, June 30, 2013

Fantasía 4

Abro la puerta y la veo, como siempre, Divina, perfecta, escultural y peligrosa, terminando de aspirar el humo de su larga boquilla mientras posa de perfil. Se da vuelta fingiendo sorpresa y entra contoneando sus poderosas caderas, y al tiempo que abre su boca dejando escapar una nube sensual de humo me besa, relamiendo mi boca, clavándome sus dientes perfectos, dejándome sin aliento a lo largo de dos interminables segundos en los que me embriaga el gusto de su lápiz labial y su perfume a rosas y cigarrillo. Su muñeca enguantada me roza “ahí” como de pasada, en forma calculadamente accidental, dejándome completamente excitado y, como siempre, atemorizado como un niño.

Mientras sigue de largo compruebo que todo en ella es sexo, tentacion y fetichismo, desde el contoneo de su culo parado, voluptuoso y ceñido en el cuero de su tapado con cuello de visón, que mueve lascivamente sabiendo que lo estoy mirando, hasta el sonido hipnótico de sus tacos aguja contra el parquet.

Llega hasta el sofá y apoya en la mesita el paquete que ha traído, de donde extrae dos bandejitas de sushi, una botella de champagne y dos copas. Se abre el tapado de cuero y me deja sin aliento: Tiene un vestido de cuero negro apretado y minúsculo, con un tajo hasta la cintura y un escote que a duras penas contiene sus maravillosas tetas, oblígándola a acomodárselo cada treinta segundos. Su culo bailotea graciosamente como siempre que decide sentarse, hasta apoyarlo en el sofá, cruza sus larguísimas piernas y mientras apoya otra vez su boquilla en los labios sonriendo, da unas palmaditas sobe el sillón para invitarme junto a ella.

-¿Te gusta lo que traje, mi tesoro?- ronronea mimosamente, luego de exhalar el humo inclinando su cabeza hacia atrás, mientras me acaricia la nuca con sus largos guantes negros de cuero.

Asiento sin hablar. Luego me explica, mientras me roza con sus senos, que sólo encontró un par de palillos así que tendrá que darme de comer en la boca, proceso que realiza con su perfección habitual, mientras me cuenta de su día, de la ropa, joyas y pieles que estuvo comprando, del par de amantes que agotó sexualmente y torturó y de cuánto me extrañaba, de sus deseos irrefrenables de venir a besarme, cogerme y darme chirlos “hasta dejarte la cola totalmente colorada”. Entre bocado y bocado tomamos champagne, se ajusta los guantes y el escote para excitarme, me da besos (cada vez más salvajes y desenfrenados) y me toma del pelo violentamente recordándome quién es el Ama. Con voz ronca de lujuria me susurra al oído "y ahora prepárate que voy a... hacerte cosas..."

Le pregunto, ingenuamente, si esta vez va a tener cuidado. Mueve su encantadora cabeza inquisitivamente, no dándose por enterada de a qué me refiero... Una alarma suena en mí, que mi Adoración por ella obliga a ignorar. Con la boca seca, y bajando ligeramente la vista balbuceo sobre la violencia con la que abusó de mí las últimas veces, mientras ella se sirve otra copa de champagne... Sobre los moretones que cubren lo largo y ancho de mi cuerpo, las marcas de sus tacones en mi pecho y mis mejillas, las cicatrices de dentelladas que aún conservo (confieso que con algo de orgullo) en el cuello y en mis muslos, y la casi dislocación del brazo que me obligó a usar un cabestrillo (que me regaló ella misma con una sonrisa dulce y perversa) durante un mes.

Noto que mientras escucha la descripción de sus marcas fuma mirándome con los ojos entrecerrados, disfrutando de la enumeración y excitándose levemente, lo que no era mi intención. Al terminar ronronea, llevándose la copa a los labios "Ay, pero qué putito, por unas caricias... No te preocupes, cariño, si no quieres no te toco..."

Sé que está jugando conmigo. Sé que no le importa lo que yo quiera o no quiera y que no se irá de aquí sin  hacerme daño, pero aún así no puedo controlarme y a los pocos segundos le estoy rogando que me perdone, que no se enoje conmigo, que ya sabe que es la dueña de mi cuerpo, sólo que a veces me da miedo morir en sus manos (aunque me corrijo enseguida, y le explico que por supuesto lo aceptaría de buen grado si eso es lo que Ella quiere)... No puedo evitarlo y mis ojos se humedecen, lo que en el acto enciende su crueldad y sus ansias de dominaciòn. Ante cada ruego mío su barbilla se eleva más y más, adoptando su pose de aristocrática superioridad que me vuelve loco.

No sé cómo, pero ya estoy de rodillas, conteniendo los sollozos, diciéndole cuánto la amo y la adoro, y reconociendo el Poder Absoluto que tiene sobre mí, a lo que Ella responde fumando distinguidamente y haciendo seductores mohínes de fastidio. La miro rogándole una palabra, una mirada, o una bofetada, pero una señal de que sigo existiendo para ella.Y aunque hace todo lo posible para demostrarme su indiferencia, sé que está evaluando cómo hacerme pedazos; Pero percibe el sufrimiento que me provoca su tácita amenaza de marcharse ofendida en cualquier momento, y decide prolongarlo todo lo posible.

Sé que lo disfruta infinitamente, y de algún modo (porque controla toda la situación y mis emociones. Lo ha hecho todo el tiempo, desde que entró hasta ahora, y no hay nada que pueda hacer para evitarlo) ni siquiera me permite que ello me consuele. Ahora estoy arrojado a sus pies, ya sin contener mi llanto, completamente arrepentido de mi descaro inicial, besando y lamiendo sus altìsimas botas de cuero negro y brillante, suplicándole que descargue su ira contra mí, que me golpee y me pisotee hasta matarme (y no porque disfrute con el dolor, sino simplemente para complacer sus divinos deseos). Mientras beso una de sus botas, me acaricia con el taco aguja de la otra, revolviéndome el pelo y clavándomelo en una de las herida que me hizo hace dos noches. Sin disimulo alguno, por momentos refriega una pierna contra la otra, señal de su creciente excitación.

A medida que me humillo más y más, ella se muestra cada vez más altiva, distinguida e inalcanzable, aunque intenta disimular el placer que le produce su Dominación sobre mí con sensuales poses adoptadas para un público inexistente, acomodándose el peinado, fumando con voluptuosidad y haciéndome notar la molestia que le produce mi presencia, hasta que se le escapa un gemido y un temblor: un disimulado orgasmo, producido por mi sometimiento (y mi lengua en sus tacos altos).

Por supuesto, perfecta, inalcanzable, aristocrática, no pierde la compostura, y lanzando un suspiro de fastidio se limita a retocarse el lápiz labial. Ya no sé que más hacer, y recuerdo el anillo que compré esperando un momento especial... Corro hacia el cajón (en realidad me arrastro, ya que así me lo ha ordenado entre gemido y gemido). Pero cuando vuelvo la encuentro ajustándose el cinturón de su tapado.

Está aún más increíblemente hermosa que cuando llegó. Fácilmente es quince centímetros más alta. El cuello de visón negro enmarca su increíble escote y me hiere los ojos. Su bellísimo rostro está encendido de furia, y cuando tartamudeo para preguntarle estúpidamente si se está yendo, estalla: "¡Por supuesto que me voy, muñeco! ¡Estoy MUY ENOJADA! ¿Acaso una mujer tan hermosa, rica y dominante como yo debe perder el tiempo junto a un chiquito tan insignificante como tú? ¡Para lo único que sirves es para pisotearte, atormentarte y violarte, pero ya me aburrí de ti, mi chiquito! ¡Me cansaste! ¡Voy a dejarte y no me verás nunca más!" Da media vuelta y se dirige a la puerta, contoneando las caderas más provocativamente que nunca, sumiéndome en la locura total.

Me arrojo intentando aferrarme a una de sus piernas, pero me aleja de un taconazo en la frente. Vuelve a darse vuelta, con sus ojos en llamas, los dientes apretados y las manos en la cintura, regañándome como si fuera un perro malcriado, y me pasea a patadas por toda la sala, mientras me dice cosas tan crueles que tiemblo cada vez que las recuerdo. Finalmente me arrincona contra la pared. Lloro suplicante, y mientras se ajusta los guantes una vez más me anuncia que no hace esto habitualmente, pero tendrá que matarme de una vez, "a ver si ASÍ me dejas en paz". Levanta su pie y lanza a toda velocidad su tacón contra mi cuello, y...

En el último segundo levanto el estuche con el anillo, y le pido si se quiere casar conmigo. Se queda paralizada. Baja su maravillosa pierna lentamente, y luego -de repente, porque me ha perdonado la vida pero no ha renunciado a lastimarme- me la clava en el muslo. Retorciéndome de dolor, le digo que es la mujer más maravillosa de la Tierra y que quiero que sea mi esposa.

Hablo durante una hora o dos, prisionero bajo su taco, halagándola, describiendo cada centímetro de su infernal belleza y su indiscutible superioridad sobre todos los seres vivientes, de lo bien que le quedan sus botas y sus guantes, del tormento que significa para mí cada segundo que no la contemplo... Me escucha fumando, pintándose los labios o ajustándose los guantes, aburrida, ya que sabe muy bien todo lo que le digo. De vez en cuando la hago sonreir, cuando le cuento de las veces que pensé en matarme por no soportar su ausencia, o en matar a alguno de sus amantes, o de cómo el ardor en mis nalgas luego de alguna sesión de azotes especialmente violenta me hacía pensar en ella.

Tengo el cuerpo acalambrado y temo que si continúa aplastando mi pierna bajo su taco me lesione un nervio, pero no me atrevo a mencionárselo. Sigo halagándola y declarando mi amor, y cuando siento que estoy por desmayarme sonríe y acerca su mano, moviendo los dedos graciosamente, para que le ponga el anillo.

Por un momento no sé si esto es real, pero le coloco el anillo,  luego beso su mano enguantada con pasión mientras siento su mirada burlona. Y vuelvo a llorar, de felicidad. ¡Entonces me pisotea la cabeza violentamente, aplastándome la cara contra el piso! Y mientras se ajusta los guantes anuncia con condescendencia:

-Ok, cariño, acepto. Me das lástima. Desde luego, espero que entenderás que a partir de ahora serás mi juguete y mi esclavo full time. Voy a azotarte, torturarte, dominarte, cogerte, manosearte, devorarte, pisotearte y atormentarte las 24 horas del día. Será divertido volverte cada vez más insignificante, indefenso y pequeño, mientras yo cada vez soy más hermosa,  perfecta, malvada y rica, cada vez más lejos y por encima de ti, hasta hacerte desaparecer de mi vista e ignorarte completamente, mientras tú continúas adorándome por toda la Eternidad allá abajo, junto al resto de mis sufrientes esposos... ¿Qué... Acaso existe otra forma de matrimonio?

Escucho su encantadora risa mientras hunde aún más su taco en mi cabeza, y aunque me espera una eternidad de tormento, Su felicidad me llena de alegría.





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